miércoles, 3 de junio de 2009

¿Pero qué dices, tía?

Es una verdad de Perogrullo decir que hay muchas diferencias culturales entre nosotros y este pais. Y digo "nosotros" sin adjudicarnos ninguna nacionalidad específica porque sencillamente no sabría qué país mencionar. La familia Baig-Neher es un ente cultural en sí mismo, sin nacionalidad definida. Entre todos tenemos pasaportes de cinco países diferentes, entre todos hemos nacido en cuatro países distintos y no hay una nacionalidad que compartamos todos en la familia.

Asi que decía que las diferencias culturales son nuchas y generalmente son bienvenidas y aceptadas con los brazos abiertos. Posiblemente esa es la razon por la que José y yo hemos sido capaces de vivir en tantos países y de ser felices en todos.

Pero creo que ha llegado el momento de dibujar una línea que diga "No Pase". Cuando están tus hijos de por medio la flexibilidad cultural ya no es tan elástica.
La línea se comenzó a dibujar el día que Manuel, mi hijo de 4 años, me dijo "te voy a canear el culo que te vas a enterar". Yo traté de contener, primero la sorpresa y después la furia, y le pregunté de dónde había sacado eso. Y me respondió con toda naturalidad que eso les decía su tutor del colegio. "Pero es en broma, mami". La palabra culo es de uso común en España, por más fea que nos pueda sonar a los latinos. La traducción literal de esa frase sería algo así como "te voy a dar una nalgada que vas a ver", que era una frase bastante frecuente en la casa de mi infancia. En esos tiempos en que nadie criticaba una nalgada o un buen sopapo. Volviendo a Barcelona en el 2009, hice de tripas corazón y lo dejé pasar en aras de la integración cultural de mi hijo.

Expresiones como "que chuli piruli", "mogollón", "venga va" y "ala venga" ya son comunes en el vocabulario de Manuel. Ya no pregunta "qué dijiste?" sino "qué has dicho?". Y a cada rato dice "pero qué haces?". Tengo que aceptar que nada de eso me gusta mucho, pero no porque sea malo, sino porque me suena muy ajeno. Supongo que sería lo mismo si viviéramos en Buenos Aires o en México. El idioma sería igual de ajeno, pero tengo que confesar, que no se por qué no creo que me molestara tanto... En todo caso, eso es algo con lo que tenemos que vivir y que viene con el paquete de la mudanza.

Pero luego vino el "es que no te enteras de nada, tia". Y ahí la línea se hizo bastante más oscura. Primero, sentí que el que me hablaba no era mi hijo de CUATRO años, sino un chulo español por la calle. Y segundo, simplemente no puedo tolerar que mi hijo me llame tía. Obviamente, yo se que él no sabe el completo significado de lo que está diciendo. Y estoy más segura aún de que no lo dice como insulto o con mala intención. Simplemente está imitando, es un mecanismo de defensa ante nuestra insensible acción de dejarlo tirado todo el día en un colegio donde no entiende nada, y no me refiero sólo al catalán, y donde aún no conoce a nadie. Lo entiendo, pero no tengo por qué aceptarlo.

Y ahí dibuje la línea con marcador permanente. La escuela y tus amigos son una cosa, tu casa es otra. Yo no soy tu tía, me entero de todo y aquí nadie le canea el culo a nadie.

Fue una conversación larga y seria.


A la mañana siguiente, después de que José lo regañó por algún desastre que hizo en el baño, la respuesta que obtuvo fue "me cago en la puta leche".

Obviamente tuvimos que recurrir a otros métodos de convencimiento. Se quedó sin cuento antes de dormir y sin juego de computadora por una semana.

Pero al menos no le dijo tío.