miércoles, 24 de junio de 2009

Deliciosas sorpresas del crecer

Los hijos no dejan de sorprenderlo a uno. Crecen sin que uno se de cuenta y de golpe y porrazo. Y en el proceso hacen cosas que uno no se espera y que te dejan un saborcito mixto. Por un lado da orgullo ver lo bien que crecen y por el otro da tristeza ver lo bien que crecen.
En su ansia por crecer imitan todo lo que uno hace. Aquí va un ejemplo de cada uno de mis retoños.

Hace unos días estábamos en el metro toda la familia. Cualquiera que haya estado en Barcelona sabe que la red del metro es muy eficiente y cubre toda la ciudad, pero sólo alguien que haya viajado en el metro con coches de bebé o con maletas pesadas habrá notado lo difícil que es viajar en metro. Es igual en Londres y supongo que en cualquier ciudad en la que hayan construido el metro antes de la invención del ascensor. El tema es que hay que cargar el coche con niño y todo escaleras arriba y escaleras abajo varias veces en un solo viaje (Lo bueno, es que eso es mejor para los músculos de mis brazos que una sesión de planchas en el parque de Key Biscayne con Yuri). Y muuuy pocas veces alguien se ofrece a ayudarte. Así que José y yo ya tenemos perfeccionada la técnica para cargar cada uno un coche sin que los niños se sientan a punto de irse escaleras abajo. Lo malo es que Yolanda y Jorge pesan casi lo mismo, así que José no puede hacerle el caballeroso y dejarme el más liviano...

Decía entonces que estábamos en el metro y por primera vez decidimos llevar a Yolanda en la plataforma que se le anexa al coche de Jorge. Hasta ese día sólo la habíamos usado para ir y venir por Poblenou, a la guardería y eso. Pero nunca para ir en transporte público. Una de esas cosas del crecer. Pensamos que ya Yolanda estaba lista para recorrer distancias más largas en la plataforma. Y cuán lista estaba. La primera vez que tuvimos que cargar el coche, la niña se puso muy dispuesta a un lado del coche y lo agarró para cargarlo. Casi no pudimos seguir de los besos que le dimos.

Habíamos decidido que no le hablaríamos a Manuel del síndrome de Down hasta que él no preguntara. No era que no tocábamos el tema, de hecho, hablábamos de eso con toda naturalidad aunque él estuviera presente, pero hasta que él no preguntara no se lo íbamos a explicar. Y ya lo hizo. Le preguntó a su papá por qué Yolanda iba tanto al médico y a las terapias. Y José le explicó y después yo también le hablé. Le comparamos el síndrome de Down con un juego. "Imagínate dos juegos iguales, pero uno vino con las instrucciones un poco diferentes al otro. Puedes jugar con ese juego y también te puedes divertir mucho con ese juego, pero va a ser un poquito diferente al otro juego. El síndrome de Down no es una enfermedad. Simplemente es una forma de ser". El no pareció muy preocupado ni angustiado con la explicación e inmediatamente empezó a jugar con otra cosa. Nosotros nos quedamos un poco descolocados con su actitud porque no preguntó más e incluso pareció perder interés en el tema. Pero a partir de ese día se toma el tiempo de enseñarle cosas a Yolanda. Por ejemplo "tu te llamas Yolanda, yoo-laan-daa" o "mira Yolanda así se pinta aquí, ves? Sin salirte de la raya". Yo tengo que controlarme para no comérmelo a besos.

Y Jorge? Jorge nos sorprende cada día con las cosas que inventa. Es pícaro, payaso y muy ingenioso... como su padre. Yo andaba doblando la ropa y poniéndola en la cesta para distribuirla por los closets, cuando me doy cuenta de que Jorge andaba llenando una cesta pequeña con las toallas de cocina y cuando yo cargué la mía y caminé por el pasillo, él cargó la suya y caminó detrás de mí. Cada vez que yo ponía una prenda de ropa en una gaveta, él ponía una toalla de cocina al lado.

Maravillas del crecer digo yo.