martes, 16 de junio de 2009

Jo em dic Cecilia

Siempre he creído que uno debe respetar las costumbres y los usos del lugar al que uno se muda. Y tratar en lo posible de adaptarse a ellos. Uno es el extranjero, uno es el que llega como paracaidista.

Siendo coherente con esa filosofía vengo dispuesta a aprender catalán. Por más que sea un idioma que se habla sólo en Cataluña y que parece un español mal hablado, es el idioma que se habla en Cataluña. Y este es el lugar donde escogimos vivir.

Así que fui al Consorcio de Normalización Linguística (para normalizar mi situación linguística, claro está) y me inscribí en el primer curso intensivo de catalán que tenían. Empieza el 6 de julio y son 3 horas y media de lunes a jueves. Supongo que no saldré hablando catalán como una catalana, pero es un comienzo y al menos así podré estar a la par de Manuel... Es que es muy incómodo (y un poco vergonzoso) eso de que tu hijo te corrija la pronunciación y te enseñe nuevas palabras.

Pero aun asi, con mi amplia disposición de "cuando en Roma haz lo que vieres", hay algo que me molesta enormemente de estos catalanes. Es normal que te empiecen hablando en catalán, al fin y al cabo es su idioma. ¿Pero no sería de buena educación que cambiaran al castellano cuando uno les contesta? Y es que muchos te siguen hablando en catalán. Uno habla español y ellos catalán. Y he sostenido conversaciones completas en ese bilinguismo absurdo. Hasta por teléfono, donde es un poco más difícil...

A ver, no es la primera vez en mi vida que eso me pasa. Una noche de copas en Italia (hace muuuuchos años) la pasé de lo lindo con mi interlocutor hablando en italiano y yo en español. Pero hay dos diferencias con la situación actual: ninguno de los dos hablaba el idioma del otro y había mucho vino de por medio. Sin contar con el incentivo que representaba lo requetebuenmozo que era el tipo.

También, hace mucho tiempo, cuando estudiaba en Alemania en un programa internacional de posgrado, tenía la costumbre de no hablar en español con mis amigos latinoamericanos si en el grupo había alguien que no lo hablara. Un día, Jon, un amigo inglés, me agradeció el gesto, diciéndome que era muy amable y detallista de mi parte. Me sorprendió mucho que Jon lo agradeciera y lo viera como algo inusual. Para mi era lógico y sobre todo me parecía la más elemental cortesía y buena educación.

En este momento de mi vida recuerdo esa conversación y ya no me parece tan sorprendente. Puedo citar otros dos casos de catalanismo agudo. Uno es en mi oficina. Estoy trabajando en la Fundación Catalana de Sindrome de Down, un lugar donde los apellidos de la gente parecen haber sido tomados de las calles de Barcelona. O sea, que son catalanes de larga data, emparentados con la historia catalana. Obviamente, soy la única que no habla catalán. Y las reuniones de trabajo son en catalán. De vez en cuando tengo que pedir taima y explicaciones. Y cuando hago la minuta no estoy 100% segura de lo que escribo…

El otro caso es la guardería de Yolanda. Hicieron un festival, o lo que en Venezuela llamaríamos un acto de fin de curso. Me sorprendió lo bien que lo hicieron todos los niños, especialmente Yolanda (obviamente), pero más aún me sorprendió que cada salón cantó y bailó dos canciones en catalán y dos en inglés… nada en castellano…

Total, que no me dejo amedrentar. Que voy a hablar catalán como mi cuñada Lucy, que es de Coro, estado Falcón, y habla mejor que muchos catalanes. Y dentro de dos semanas estaré repitiendo en clase: Jo em dic Cecilia.