
Bueno, casi todo ha sido asi. Lo de dormir hasta la hora que quisiera, o sea, después de las 7am, no ha pasado, simplemente porque mi cuerpo no se dio por enterado. A las 6:30am abro el ojo todos los días. Eso si, nadie me quita el placer de remolonear en la cama o de agarrar un libro y leer hasta que el hambre me obligue a bajar a desayunar.
Entre las cosas que decidí hacer en este viaje de ocio, estuvo ponerme a revisar unas cajas que tienen años en casa de mi hermana con cosas nuestras. Por una razón o por otra, parte de nuestras mudanzas han terminado en esta casa. Y siempre hemos tenido el sentimiento de culpa de estar abusando de mi hermana por tenerle la casa inundada de cajas. Así que las saqué de donde las tenía guardadas, me tomé un antialérgico, me puse un tapabocas y me enfrasqué en la revisión de las cajas.
La verdad es que no me había dado cuenta de la verdadera dimensión de lo que iba a hacer. Las cajas se convirtieron en una máquina del tiempo. Revisar la primera me tomó casi dos horas. Fueron dos horas sentada en el piso leyendo carta tras carta, diario tras diario, viendo fotos de viajes. Desde que abrí la primera, me transporté diez años atrás, incluso más, porque había fotos y papeles de mi infancia. Resulta que las cajas no eran sólo de mis mudanzas, eran mi cuarto de niña y adolescente vaciado en paredes de cartón.
Mi intención inicial era deshacerme de aquellas cosas que por el tiempo hubieran perdido su importancia o su valor decorativo. Pero me encontré con todo lo contrario, con cosas que no tenían mucha importancia pero tenían toneladas de valor sentimental. No podía botar nada. No quería botar nada.

Me debatía. Los libros son parte de nuestra vida. Ambos somos comunicadores. A ambos nos gusta leer y escribir. Yo estudié producción gráfica. Yo amo los libros por lo que son, además de por lo que contienen. ¿Cómo podía deshacerme de algo que nos identificaba como personas? Ahi estaban mis colecciones de revistas, unas que produje yo, otras que leia con fervor, otras que hicieron amigos. Las novelas, los cuentos, los ensayos...
Entonces me pregunté ¿por qué no puedo tener una biblioteca donde guarde todos estos tesoros? una de esas bibliotecas de los abuelos, con libros del suelo al techo que huelen a papel y a cuero, con butacas cómodas para abandonarse en el placer de la lectura. La respuesta llegó solita... porque la vida que escogí, de gitana perpetua, no es la más adecuada para formar una biblioteca de vida.
No tiene mucho sentido mudarse cada dos o tres años, cargando con cajas de libros, además de las cajas de juguetes, ropa, cuadros, adornos, fotos, cosas de cocina, etc., etc. Por más que amemos esos libros, no los leemos. Nunca podré tener esa biblioteca, simplemente porque primero tenemos que estabilizarnos y escoger un lugar del mundo como hogar permanente. Y aunque yo quisiera creer que Barcelona es ese lugar, aun no lo puedo asegurar.

Si, eso es lo que pensaba hacer...