viernes, 4 de septiembre de 2009

Mi vida en cajas

Me vine una semana a Venezuela a descansar. Sin hijos y sin esposo. Mi esposo casi que me obligó a venir, porque me sentía culpable por dejarlo solo con los tres niños. ¿Cómo iba a hacer para hacer el programa de radio y seguir su entrenamiento? Me sentía como una madre desnaturalizada porque yo sí que me quería venir. Sabía que iba a extrañar a mis hijos, pero necesitaba extrañar a mis hijos.

Después de tres meses de vacaciones de verano, en las que Jose se fue de viaje en dos ocasiones por casi una semana cada vez, estaba lista para desconectarme. Soñaba con poder dormir hasta la hora que quisiera sin tener a un enano gritándome en la pata de la oreja "maaamiiiii!!! ya es de día! hora de levantarse!" o poder dormir toda la noche sin levantarme a punta de llantos a las 3 de la mañana. También quería pasar tiempo con mi abuela sin tener que correr detrás de un niño inquieto, ir al cine sin preocuparme de lo que me iba a costar la niñera, conversar horas con mi hermana sin interrupciones por la hediondeza de un pañal, ir a la playa y poder leer un buen libro, etc., etc.

Bueno, casi todo ha sido asi. Lo de dormir hasta la hora que quisiera, o sea, después de las 7am, no ha pasado, simplemente porque mi cuerpo no se dio por enterado. A las 6:30am abro el ojo todos los días. Eso si, nadie me quita el placer de remolonear en la cama o de agarrar un libro y leer hasta que el hambre me obligue a bajar a desayunar.

Entre las cosas que decidí hacer en este viaje de ocio, estuvo ponerme a revisar unas cajas que tienen años en casa de mi hermana con cosas nuestras. Por una razón o por otra, parte de nuestras mudanzas han terminado en esta casa. Y siempre hemos tenido el sentimiento de culpa de estar abusando de mi hermana por tenerle la casa inundada de cajas. Así que las saqué de donde las tenía guardadas, me tomé un antialérgico, me puse un tapabocas y me enfrasqué en la revisión de las cajas.

La verdad es que no me había dado cuenta de la verdadera dimensión de lo que iba a hacer. Las cajas se convirtieron en una máquina del tiempo. Revisar la primera me tomó casi dos horas. Fueron dos horas sentada en el piso leyendo carta tras carta, diario tras diario, viendo fotos de viajes. Desde que abrí la primera, me transporté diez años atrás, incluso más, porque había fotos y papeles de mi infancia. Resulta que las cajas no eran sólo de mis mudanzas, eran mi cuarto de niña y adolescente vaciado en paredes de cartón.

Mi intención inicial era deshacerme de aquellas cosas que por el tiempo hubieran perdido su importancia o su valor decorativo. Pero me encontré con todo lo contrario, con cosas que no tenían mucha importancia pero tenían toneladas de valor sentimental. No podía botar nada. No quería botar nada.

Entonces me enfrenté a cajas con libros. Pensaba que eso iba a ser lo más fácil de resolver. Si no hemos tenido estos libros durante años, es porque no los hemos necesitado, pensaba. Los donaré al Banco del Libro. Deshacerme de los libros era la manera más fácil de reducir el lote de cajas. Había porlo menos cinco cajas grandes de libros. Pero ahi también estaba equivocada. La mayoría de los libros tenían una historia detrás o seguían siendo interesantes para mi. Otros estaban dedicados. Otros simplemente eran muy bonitos.

Me debatía. Los libros son parte de nuestra vida. Ambos somos comunicadores. A ambos nos gusta leer y escribir. Yo estudié producción gráfica. Yo amo los libros por lo que son, además de por lo que contienen. ¿Cómo podía deshacerme de algo que nos identificaba como personas? Ahi estaban mis colecciones de revistas, unas que produje yo, otras que leia con fervor, otras que hicieron amigos. Las novelas, los cuentos, los ensayos...

Entonces me pregunté ¿por qué no puedo tener una biblioteca donde guarde todos estos tesoros? una de esas bibliotecas de los abuelos, con libros del suelo al techo que huelen a papel y a cuero, con butacas cómodas para abandonarse en el placer de la lectura. La respuesta llegó solita... porque la vida que escogí, de gitana perpetua, no es la más adecuada para formar una biblioteca de vida.

No tiene mucho sentido mudarse cada dos o tres años, cargando con cajas de libros, además de las cajas de juguetes, ropa, cuadros, adornos, fotos, cosas de cocina, etc., etc. Por más que amemos esos libros, no los leemos. Nunca podré tener esa biblioteca, simplemente porque primero tenemos que estabilizarnos y escoger un lugar del mundo como hogar permanente. Y aunque yo quisiera creer que Barcelona es ese lugar, aun no lo puedo asegurar.

Asi fue que cerré las cajas y escribí con un marcador permanente "LIBROS DONAR". Mientras hacía eso, le mandaba mensajes de texto a José contándole el desgarramiento que sentía, el dolor que me daba deshacerme de todos esos libros. Buscaba que me dijera algo que me convenciera de seguir abusando de la casa de mi hermana y quedarme con los libros. Y lo que me dijo fue algo así como "pero no los botes, dónalos".

Si, eso es lo que pensaba hacer...