domingo, 8 de agosto de 2010

Homenaje al “Suizo” (mi padre)

Hoy hace 6 años que murió mi papa.
A pesar de lo mucho que lo extraño, no siempre me acuerdo de esta fecha. Será porque cuando sucedió no pude estar ahí ni ir al funeral. Yo vivía en Londres, tenía 7 meses de embarazo de mi primer hijo y no me permitieron viajar.
Hoy me acordé porque anoche no podía dejar de pensar en él. Eran más de las doce de la noche y no podía dormir. En cambio, no hacía sino recordar cosas sobre mi papá. Cuando me di cuenta de la fecha, se me salieron las lágrimas. No sé si de la emoción, de la tristeza o de la culpabilidad porque la mayor parte de los recuerdos no eran, digamos, positivos…
Mi papá no fue nunca una persona fácil, todo lo contrario. Nadie que lo haya conocido me desmentiría. El consenso general era que mi madre debía quererlo muuuucho para soportarlo. Y yo sé que fue así… Pero es que él tampoco podía vivir sin ella, aunque costara creerlo.
Pero yo siempre fui su consentida. Desde pequeña mi mamá me mandaba a pedirle las cosas. Como salir a comer fuera, como comprarle un regalo, etc. También me tocó a mí darle la noticia de la muerte de mamá.
Podía sentarme en sus piernas y caerle a besos sin que me dijera “¡sale!”. Pasábamos horas jugando Backgammon, luego pasamos al Scrabble y más adelante, cuando entraba en sus períodos de depresión, me sentaba en el suelo con él a jugar a “la crapet” un juego de cartas suizo que jamás he vuelto a jugar (y que no se si se escribe así, porque jamás lo vi escrito ni nunca más he sabido de alguien más que lo conozca).
Era un hombre muy culto e inteligente. Uno de esos hombres que se hacían a sí mismos. A ver, no es que fuera pobre de pequeño ni mucho menos (hijo de un Suizo importado por su empresa y una venezolana heredera del mantuanismo) y estudió en Estados Unidos (Cornell y MIT – y aquí mi hermano Jorge descubrió no sé cómo, que lo habían botado de MIT por reprobar- ). Pero sé que de grande, nadie le regaló nada. Hizo fortuna a pulso y con inteligencia. Pero, como mi madre bien decía que toda su inteligencia para los negocios no le servía para vivir. Ella, que no terminó los estudios para ayudar a su madre, era una persona feliz por naturaleza. Creo que no puede haber una pareja más dispareja. Ella era como una muñequita: preciosa y menudita, medía 1,55mts y pesaba 50kg. Siempre sonreía y le encantaba una rumba y un baile. Él era imponente: corpulento y buenmozo. De joven lo llamaban El Príncipe. Medía 1,95mts y no sé lo que pesaba, pero en su adultez desarrolló una barriga respetable (por decirlo educadamente). Y no le gustaban las fiestas, no sabía bailar y todo le parecía “ridículo”.
No tenía inteligencia para vivir porque no lograba disfrutar de lo que había construido. Tenía fortuna, pero no la gastaba (en parte porque le preocupaba nuestro futuro, hay que reconocer). Era depresivo, pero se negaba a ir al médico y tratarse. Durante sus épocas de depresión se hundía en un abismo en el que yo sólo lograba conectar con él jugando a la crapet o sentándome a ver televisión con él. Cuando estaba en su fase de hiperexitación, cometía locuras deliciosas, pero era agotador y difícil de seguirle el ritmo.
No nos la puso fácil a ninguno de sus tres hijos. Era muy estricto. A veces en exceso. En el círculo de amigos de mis hermanos, era conocido como “El Suizo”. Más de una vez devolvió a algún adolescente de la puerta de la casa porque “era muy tarde para salir”. Y también más de una vez los botó de la casa porque “era muy tarde para estar haciendo visita en una casa decente”.
Mi hermano Jorge lo llevaba relativamente bien. Era el mayor y el varón y mi papá era de la vieja escuela. Aquello de “tough love”. Lo hizo ganarse las cosas, pero lo ayudó cuando le parecía que la lección había calado.
Mi hermana Isabel fue la que lo pasó peor. Su relación con papá era la más difícil. Y lo dejo de ese tamaño porque este es mi blog, no el de ella.
Yo lo llevé bien hasta los 19 años. No sé si porque yo era dócil, o porque mis elecciones coincidían con lo que él esperaba de mí. Pero eso se terminó a los 18 cuando decidí estudiar periodismo y no administración como él quería. Estaba tan acostumbrada a hacer lo que quería que tuve muchos enfrentamientos a partir de ese momento. Y de repente me convertí en la oveja negra. El peor momento fue cuando me fui a vivir con José a México. Dejó de hablarme durante 10 meses “mientras estuviera en el vergonzoso estado del concubinato”. Me dijo que no iría a mi matrimonio porque era sólo la legalización de una situación “de facto”. Y el día de mi matrimonio, en México, se presentó en mi casa. Sé de buena fuente que el pasaje le costó una fortuna, porque lo compró el día antes. Luego me dijo “hubiera alquilado un avión de ser necesario”.
Así era mi papá. Duro por fuera, pero blandito por dentro… cuando lograbas atravesar la coraza. Como cuando nos pidió que no vendiéramos la casa que él construyó para la familia y en la que vivió durante 31 años. O cuando nos pidió que regáramos sus cenizas junto con las de mi mamá en el samán del jardín de esa casa que plantaron juntos cuando se mudaron.
Podría seguir escribiendo páginas y más páginas. Tengo material para rato. Lo bonito es que mientras más escribo y más recuerdo, más cosas positivas encuentro. Tengo mucho que agradecerle a mi papá. Él siempre insistió en que se sentiría satisfecho si nos dejaba una buena educación. Y lo hizo. No sólo académica, sino cultural también.
Lo extraño mucho y me haría muy feliz saber que está orgulloso de lo que he construido con mi familia. Y aunque ya no esté, aun hoy en día, me ayuda cada vez que lo necesito.