lunes, 9 de noviembre de 2009

La vida cotidiana

Antes de entrar en materia, pido disculpas a aquellos que puedan haberse preguntado qué pasaba con este blog que no se actualizaba desde hace casi dos meses. Al menos sé que mi amiga Livia, del IESA y ahora en Madrid, lo hizo públicamente en Facebook hace poco. Así que al menos UNA persona está pendiente. Eso es motivo suficiente para esta disculpa. ¿La razón para tanto tiempo de silencio? Pues un poco de todo. Falta de inspiración y/o ganas. Trabajo a tiempo completo en la oficina, para regresar al trabajo a tiempo completo en la casa. Y también que el tiempo que uso normalmente para escribir el blog, los 30 minutos de viaje en metro a la oficina, los he dedicado a la lectura de un libro interesantísimo de un escritor francés llamado Daniel Pennac sobre los alumnos con dificultades en la escuela. Por supuesto, lo estoy leyendo en catalán, ya que no tengo tiempo de estudiar... El asunto es que leer es otro de los placeres que la maternidad me ha puesto en lista de espera...

Pero bueno, hecha esta aclaratoria y pedidas estas excusas, copio aqui el blog que escribí hace unos días, cuando se me quedó mi libro en la casa...

Que dificil es conciliar la vida cotidiana con la vida ideal. No es sólo que el día a día no nos da tiempo de hacer lo que queremos, sino que no nos da tiempo de vivir como queremos.
Todo requiere cierta planificación y aquellos que nos conocen pueden atestiguar que ese no es nuestro fuerte como familia. ¿Cuánto tiempo se van a quedar viviendo en Bogotá/Buenos Aires/Miami? No lo sabemos. ¿A dónde se irán después? No lo sabemos. ¿Dónde quieren vivir? No lo sabemos.
Podemos diseñar estrategias de comunicación para enfrentar posibles crisis de los clientes, podemos planificar el trabajo de la oficina, ¿pero nuestra vida?, eso no.
En el caso concreto de nuestra vida en Barcelona sentarnos a planificar un futuro concreto es casi imposible. Para nosotros, digo. A lo mejor otros, en nuestras circunstancias, no podrían vivir sin planificar. Y no sólo es que muy pocas veces tenemos el tiempo de sentarnos a hablar de eso, es que casi nunca tenemos la disposición anímica para hacerlo. Para eso, hay que superar la vida cotidiana, las pequeñas crisis diarias que nos dejan agotados. Los vómitos nocturnos, las diarreas diurnas, los llantos a todo pulmón sin razón alguna, o con ella. Las citas médicas, las terapias, el trabajo, la cachifeadera, etc., etc.
Hay un tema en concreto que nos atormenta o más bien, nos persigue, desde hace tiempo: el tener un lugar propio. Ustedes dirán, pero es que tener un lugar propio no es compatible con la vida de gitanos que ustedes llevan. Precisamente. En cada país que hemos estado, hemos visto lugares para comprar. Nos decimos que siempre puede ser una inversión cuando nos vayamos, pero luego la perspectiva de administrar el alquiler de un lugar y pagar hipoteca a distancia nos desanima. Y es que si uno sabe que no va a estar en un lugar más de dos años tampoco vale la pena.
Y así estamos ahora, con la pequeña diferencia que aquí no tenemos fecha de partida. Lo que no significa que nos vayamos a quedar a vivir aquí…
Pero además, tampoco tenemos trabajo estable, lo que dificulta un poco la obtención de una hipoteca.
Pero el tema de este blog era otro, aunque no lo parezca porque ya va medio blog…
Y es que cuando pensamos en un lugar propio, o en cualquier otro lugar al que nos vayamos después de éste donde vivimos ahora, no logramos decidir si sería en la ciudad o en las afueras. O lo que es lo mismo, si prevalecerá nuestra comodidad o la de nuestros hijos. Me explico, para nosotros es mejor vivir en la ciudad por el trabajo que esperamos conseguir. Yo no quiero tener que viajar una hora en tren para después agarrar metro para llegar a la oficina o a mi casa en dos horas.
Pero para los niños, vivir en las afueras significaría tener un patio, o mejor aun, un jardín. Y más libertad en general para ir caminando al colegio y demás. Y esto no son especulaciones, cada vez que vamos a Vilanova sentimos que ellos son felices y Manuel nunca se quiere ir.
Y además está el tema de las escuelas. Barcelona está saturada y nuestro caso es una prueba de ello (si no sabes de qué hablo busca el blog anterior sobre el calvario de las escuelas). Sin mencionar que el alquiler sería mucho más barato.
Yo siento que quizás durante sus años de infancia deberíamos vivir en un lugar para ellos, pero no logro superar el rechazo a lo que los ingleses llaman el "commuting" o sea, el viajecito diario.
¿Y Yolanda?, pues estaría igual de bien. Posiblemente habría que venir a Barcelona de vez en cuando a los médicos y así, pero nada que no se pueda manejar.
Pero para colmo de contradicciones, José y yo tenemos un sueño común: comprarnos una masía (casas de campo, de un viñedo o una siembra) y remodelarla por dentro y restaurarla por fuera. Con mucho terreno para sembrar y tener animales y que nuestros hijos tengan mucho espacio al aire libre para jugar. Pero es un proyecto que necesita tiempo y dinero, y ahora no tenemos ninguno de los dos. Suena más como un proyecto de jubilación... pero entonces ya nuestros hijos no serán pequeños...
Así que ese es el dilema que ocupa ahora nuestras vidas. Mudarnos a un lugar con jardin, lo que implicaría salir de la ciudad y ver a nuestros hijos jugar felices mientras nosotros hacemos viajes diarios de tren calándonos los retrasos y los apurruños.
O quedarnos en la ciudad viendo a nuestros hijos mirar por la reja del balcón y llegando en media hora a la oficina.