viernes, 21 de agosto de 2009

La relatividad de la riqueza

No hay frase más cierta que aquella que dice "todo es relativo en la vida". Todo es relativo a tus circunstancias, a tu estado de ánimo, a la gente que te rodea. Quizás por que creo firmemente en eso, nunca he podido entender los extremismos. Y no tolero la intolerancia, jejeje.

El hecho es que a medida que uno crece, o envejece y cambian sus circunstancias, cambian las definiciones de las cosas. Ciertos conceptos se modifican y algunos principios se hacen un poco más flexibles. Si hay alguien que haya tenido hijos y no esté de acuerdo conmigo, que me lo diga.

Por ejemplo, mi concepto de la riqueza ha cambiado mucho en el tiempo. Cuando era pequeña y vivía en una casa grande con dos personas de servicio doméstico (sin contar con el eventual jardinero), iba a un colegio privado, viajaba a Europa todos los años, y había siempre un carro (auto, coche) de repuesto en la casa, la riqueza era tener unos carros más lujosos o una casa mas grande, ropa más elegante, viajes más exóticos, obras de arte más costosas. Es decir, la riqueza era lo que ya tenía pero en superlativo.

Cuando comencé a trabajar, la riqueza se convirtió en tener el dinero suficiente para vivir sola con las mismas comodidades que en casa de mis padres. Vale decir que nunca me mudé sola.

Cuando me casé, la riqueza era estar juntos, podernos ir de viaje a cada rato y tener un apartamento cómodo. Creo que fuimos ricos muchos años...

Cuando tuve hijos, la riqueza era poder viajar en primera clase o en clase ejecutiva. Y no por frivolidad u ostentación, sino porque viajar con bebés en clase turista (amamantar, cambiar pañales, dormirlos en brazos, etc) es muy incómodo. Vale decir que aquí nunca fuimos ricos… y eso que viajábamos mucho...

Hoy en dia, a los 41 años, con tres hijos pequeños y empezando una nueva vida en Barcelona, mi concepto de riqueza sólo incluye una cosa. Una sola cosa. Una persona que llegue a mi casa a las 8 de la mañana y se vaya a las 9 de la noche todos los días. Que mantenga la casa limpia, ordenada, la ropa lavada y planchada. Nos prepare el cafecito de la mañana y de la tarde. Lave los platos. Nos ayude a llevar y traer a los niños al colegio y a bañarlos antes de acostarlos.

Ya no me importa si viajo en primera, si tengo carro, si vivo en casa propia y si ésta es grande o pequeña. Me importa no tener que limpiar y lavar todas las noches después de acostar a mis hijos. Me importa que no se me acabe la paciencia con mis hijos porque estoy cansada. Me importa que mis hijos puedan jugar en el suelo de cualquier lugar de mi casa sin que me preocupe la suciedad. Por ahora, no tenemos esa riqueza.

De la siesta y otras cosas

Nunca en mi vida fui de dormir siesta. Nunca lo necesité. De hecho, si dormía de día me levantaba con dolor de cabeza. No se si alguna vez formulé este pensamiento, pero mirando en retrospectiva, creo que yo consideraba que dormir siesta era de flojos o de trasnochadores. Parecía protestante yo, en vez de la niña de colegio católico de monjas que soy... O que era.

Después de tener a mi primer hijo, comencé a desear el sueño como a un bien de lujo. Para cuando tuve el tercero, dormir se había convertido en algo así como el Santo Grial, en algo deseado, pero nunca alcanzado. Y sin embargo, seguía sin dormir siesta.

No se si era yo, pero nunca conseguía que mis tres hijos durmieran al mismo tiempo, lo que significaba que siempre había uno despierto... Y yo con él... O ella…

Y entonces nos mudamos a Barcelona. Y ahora vivo en el mundo de la siesta vespertina de una o dos horas diarias. Y se ha dado el caso de una siesta de tres horas.

Hay varios factores que se juntaron para que esto fuera asi. Los horarios españoles donde todo abre tarde y cierra tarde con el intervalo de 2 a 5pm para la siesta. El hecho de que José está en la casa a esa hora y era el único que podía obligar a Manuel a dormir. Las idas a la cama alrededor de la medianoche haciendo las cosas que no se pueden hacer con los niños alrededor (o sea, limpiar, doblar ropa, revisar facebook, etc… y de vez en cuando, simplemente estar junticos). Los entrenamientos matutinos que unidos al ritmo incansable de los niños nos dejan agotados el resto del día. Y por supuesto, el desempleo. El delicioso desempleo (Ojo, delicioso por ahora que sólo van cuatro meses. Dentro de seis meses hablamos). De hecho, en los días que no puedo dormir siesta por el trabajo ocasional o alguna cita o compromiso, me convierto en una zombie insoportable.

Ultimamente Manuel ha comenzado a rebelarse. No lo culpo, en estas vacaciones tiene muy poca actividad física. El pobre obedece a la orden de ir a dormir, pero después de que lleva media hora dando vueltas en la cama sin poderse dormir, llega el inevitable "mami, no tengo sueño". Por lo general yo me acabo de dormir y por lo general le respondo con una frase tan egoísta como antipática: "sigue intentando, cierra los ojos y quédate calladito". La sola posibilidad de quedarme sin siesta elimina de un plumazo todo el instinto maternal.

Pero ya no se puede obviar esta situación, por lo que le he sugerido que se lleve un libro a la cama y se entretenga mientras nosotros dormimos. Y ha funcionado… por media hora… asi que estamos igual.

El tema de la inactividad física me preocupa un poco. Cuando decidimos no inscribir a los niños, especialmente a Manuel, en un campamento de verano (un casal como dicen aqui) hicimos muchos planes. Los casales son muy caros, así que siempre iba a ser más barato hacer paseos en tren o por la ciudad. Con lo que no contábamos era con las actividades de los adultos. Entre el programa diario de radio de Jose en las mañanas y mis clases de catalán en las tardes, no nos queda mucho tiempo para hacer planes. El periodo de tiempo que tenemos libre es entre las 11am y las 5pm, que son las horas de más calor y además, Yolanda y Jorge si tienen que dormir la siesta. El asunto es que el pobre Manuel se aburre y acumula energía, es decir, se pone insoportable!

Eso si, si no duerme la siesta, no da tanta guerra para dormir en la noche. Hay que mirar todas las caras de la moneda...

Asi es que todo apunta a que los tiempos felices de la siesta española se acabaron… al menos para uno de los dos adultos de esta casa.

Las pequeñas cosas

Este blog lo comencé a escribir hace un mes. Mi estado de ánimo no era el mejor y cuando llegué a la parte quejona lo dejé, porque me gusta regodearme en la autocompasión, pero prefiero hacerlo en privado.
Así que hoy lo retomo con otra visión. Aquí va.


Las pequeñas cosas


Nos tenemos que dar con una piedra en los dientes.

Me acabo de despedir de mi familia en pleno a la entrada del edificio para ir a la oficina. Ellos iban a llevar a Yolanda a la guardería, que es la única que todavía tiene actividad escolar. Jorge y Yolanda gritaban "adios mamá!" y se despedían con la mano, mientras Manuel lloraba agarrado al coche porque no podía venir conmigo. Jose, guapísimo con casi 10 kilos menos, en su rol de padre y esposo amoroso.

Aun no cumplimos cuatro meses de haber llegado a Barcelona y nuestra vida va en camino de estar muy bien resuelta. Los niños están todos inscritos en colegios (Yolanda finalmente quedó en el mismo colegio que Manuel). Yolanda ya está insertada en el sistema de atención precoz de Cataluña. La familia de José ha creado un microsistema de planes de fin de semana, actividades y juegos para los tres.

Yo tengo un pie en el mercado laboral con mi mini trabajo de la Fundación de Sindrome de Down, que disfruto mucho y además es una gran escuela. El catalán va progresando y creo que lograré un nivel aceptable en poco tiempo.

José está feliz con sus cursos de cocina y pronto comienza el curso de chef en serio. Mientras tanto creó una compañia con la que hace trabajos free-lance de comunicación y acaba de conseguirse un programa de radio diario de dos horas.

Esas son las grandes líneas que definen la felicidad: pareja, hijos, familia, casa, trabajo. Pero entonces viene la letra pequeña, las cosas mezquinas que lo hacen a uno sentirse culpable por no ser completamente feliz cuando tiene todo lo importante.



Hasta aqui escribí hace un mes. Hoy lo retomo tratando de mantener cierto grado de honestidad en este blog.

Hablaba de las cosas pequeñas. Que si estás gorda, que si cachifeas mucho, que si no tienes vida, que si no puedes salir al cine o a comer con tu pareja, que si te hace falta la vida con amigos de toda la vida.

Tengo que reconocer que he pasado por momentos duros en los que estas pequeñas cosas se han convertido en montañas y me han tapado la visión de conjunto. Son los árboles que no me dejan ver el bosque.

Pero, como dice el joropo "hoy todo me parece más bonito, hoy canta más alegre el ruiseñor".

Eso si, pueden estar seguros de que habrá más autocompasión, habrá más momentos en que me pregunte, o nos preguntemos, si hicimos lo correcto. Esta vaina no es fácil. Y sería ingenuo de mi parte pensar que lo va a ser pronto. Creo que nos queda un tiempo relativamente largo antes de que lo hayamos logrado.

Pero como dice José, lo importante es la dirección del cambio, no la magnitud.