jueves, 23 de abril de 2009

I love Barcelona

Tengo la impresión de que lo que este blog refleja es que estamos pasando mucho trabajo. O al menos así lo ha interpretado alguno que otro amigo y familiar. No digo que no sea así, la verdad es que no ha sido fácil y en algunos momentos de elevado estrés ha provocado serias discusiones en mi usualmente armónico matrimonio.

Pero que quede claro, hasta ahora toda la familia está encantada con Barcelona. Y hay que ver que, viniendo del paraíso terrenal que es Key Biscayne, la barra estaba muy alta. Y estoy hablando en términos de vida familiar con niños pequeños. No se pongan con eso de que en Miami no hay vida cultural (que además a mi parecer hay un respetable esfuerzo por generarla), porque una pareja con tres hijos menores de cinco años y sin red familiar de apoyo no le da el tiempo ni las fuerzas para ir al teatro.

Decía que nos encanta Barcelona, porque además de la maravillosa y sorprendente arquitectura que hay por todos lados (y no es sólo Gaudí), y de la cultura que se respira y que te encuentras por la calle, hay parquecitos infantiles por todos lados. Unos más grandes y sofisticados y otros pequeñitos y básicos.
Pero los hay y han sido la salvación para mis hijos en estos días de interminables diligencias administrativas. Cuando la espera en una oficina es muy larga, siempre podemos salir un momentico al parque de la esquina a botar energía. O cuando ya no aguantan más caminar o estar en el coche, hacemos una pausa de media hora en un parque antes de continuar la peregrinación burocrática.

Y los bares. No bares en el sentido latino a los que uno va de noche a tomarse unos tragos, sino los innumerables bares españoles donde tomarse un café y comerse unas pastas dulces (para los niños... claro) o unas tapas. Los bares son para nosotros lo que los parques son para los niños.

Por otro lado, el tema del catalán no ha sido tan fuerte como lo esperaba. Yo igual tengo todas las intenciones de aprenderlo lo más pronto posible, pero no lo he sentido como una barrera. En Vilanova, el pueblo donde vive la familia de José se siente más el idioma. Se escucha más en la calle y te atienden en catalán en las tiendas. Aquí no. Aquí hay muchos extranjeros y la mayoría de ellos no habla catalán.

Asi es que, aunque estemos pasando un poco de trabajo con las diligencias y los ajustes a esta cultura tan diferente (tema de próximo blog), estamos contentos y disfrutando de esta ciudad que no deja de darnos sorpresas a la vuelta de cada esquina.

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